Afrodisíacos: ¿Mito o Realidad?

7 abril, 2020

“Algo que proporcione osadía, arrojo, intrepidez; una sustancia del paraíso perdido, de las fuentes de la eterna juventud, de los árboles con frutos prohibidos, de las piedras filosofales, de las plantas evocadoras de falos y vaginas…”

¿Qué entendemos por afrodisíaco?

Seguro que muchas veces has escuchado hablar sobre sustancias con efectos afrodisíacos o libidinosos: alimentos, olores, hierbas… Pero, ¿A qué nos referimos específicamente?
Confirmar si estas sustancias afrodisíacas son un mito o no va a depender directamente de aclarar la cuestión anterior.

Si por “afrodisíaco” entendemos cualquier sustancia que por su composición o principios activos sean capaces de provocar aumento del deseo sexual, lo siento, debo ser estricta en aclarar de una vez por todas que no, los afrodisíacos como tal no existen.

“Los hombres han buscado durante años, aunque generalmente en vano, sustancias sexualmente estimulantes. La mayor parte de los llamados afrodisíacos son farmacológicamente inactivos. Si aumentan la conducta erótica, es exclusivamente a un efecto placebo” señalaba Kaplan ya en 1996, respaldada por numerosos estudios científicos posteriores.
Y es que solo hay que echar un rápido vistazo a la investigación científica actual para comprobar que hoy en día lo único que parece aumentar la conducta sexual son los andrógenos (hormonas sexuales masculinas).
De hecho, el deseo sexual es todavía un proceso que guarda numerosas incógnitas para los expertos en sexualidad humana.

Andrógenos

Es patente que la testosterona actúa en centros cerebrales relacionados con la conducta erótica activando o facilitando el impulso sexual, brindando el entorno químico adecuado a los cambios fisiológicos que requieren los genitales para el placer. Sin embargo, se debe ser muy cauto en la administración de la misma, pues los estudios también indican que los efectos conductuales de los andrógenos van más allá de la conducta sexual.

Conducta de dominancia, nivel energético, apetito y en especial, la agresividad, se incrementan con la administración de testosterona.
En Estados Unidos se llevaron a cabo varios estudios demostrando que violadores sometidos a castración química (reducción androgénica) salían de prisión convertidos en asesinos.

En mujeres, su uso se halla más limitado por la tendencia que tiene la testosterona a producir efectos secundarios de masculinización.

¿De dónde proviene la creencia de que existen sustancias “afrodisíacas”?


En la Europa medieval fue la mandrágora, por su forma de hombre; también el cuerno de unicornio –que era en realidad cuerno de narval procedente de aguas árticas– en África, el pene de león en polvo; en China, el cuerno de rinoceronte, y así podríamos continuar enumerando cientos de sustancias conocidas tradicionalmente por sus supuestos efectos sobre la activación sexual. Tradicionalmente se ha tenido constancia de la búsqueda incansable de este tipo de sustancias naturales que provocaran que hombres y mujeres se dieran rienda suelta a sus instintos más salvajes. Y no fue en vano, ya que comenzaron a descubrirse efectos específicos de determinadas sustancias que influían en sistema nervioso humano y por tanto, en determinados procesos básicos del ser humano, entre ellos, la actividad sexual.

El por qué de los llamados “afrodisíacos” podría ser que sí existen incontables sustancias que producen efectos fisiológicos en nuestro organismo que también aparecerían a lo largo de la respuesta sexual: vasodilatación, aumento del flujo sanguíneo, segregación de neurotransmisores y hormonas determinantes en nuestro bienestar (como la dopamina, la oxitocina o la serotonina), etc.

Me explico: Es probable que comer chocolate o hacer deporte te produzca una oleada de endorfinas, haciéndote sentir muy bien. También cuando tenemos orgasmos se segregan endorfinas. ¿Significa esto que cuando comas chocolate o realices deporte necesariamente tendrás ganas de tener relaciones sexuales? No, una cosa no es consecuencia de la otra. ¿Interviene ese bienestar en el deseo sexual? sin duda alguna.

Por tanto, no son estos efectos los que tienen influencia directa sobre el deseo sexual. Son activadores generales, lo que provocan es que nos sintamos más a gusto en general y que tengamos más ganas de hacer cosas. En sí mismos no aumentan el deseo sexual. En caso de excitarnos sexualmente o simplemente sentir ese deseo previo a la excitación, haber consumido un vasodilatador facilitará el flujo sanguíneo en nuestros genitales; pero, y he aquí la clave, en caso de no existir un estímulo o razón para tener ganas de actividad sexual, tal sustancia no las provocará por sí misma.
Los estudios sobre sustancias que parecen estimular la propia segregación de testosterona concluyen que no existen resultados clínicamente significativos sobre deseo sexual.

Efecto Placebo

La idea de que una sustancia vaya a provocar determinado efecto en nosotros, es suficiente para provocarnos tal efecto en menos de lo que canta un gallo. Sobre todo si nos imaginamos con alta excitación, imágenes sugerentes y un escenario sexualmente atractivo…

En estas consecuencias inmediatas se basa Pere Estupinyà cuando afirma “El clásico chocolate o vasito de vino que mejoran nuestro humor y aumenta la sensación de bienestar continuarían siendo, junto con placebos de distinto origen, una de las mejores opciones para facilitar el encuentro sexual”. Porque en términos de deseo sexual siempre será más efectivo el significado que le doy al plato de ostras que me han preparado, una buena conversación, un agradable rato de risas o esa cena agradable con alguien que nos atraiga, que el comernos las ostras en sí.

Y es que el ginseng, la canela, el chocolate, los higos, la Viagra, el marisco, la nuez moscada y toda la retahíla de productos comercializados con objetivo de aumentar el deseo, no son más que eso, un fructífero comercio. 

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